Lo normal

Equilibrios sobre el miedo

Fotografía de Margarita Gutiérrez Romero.

Superprimo y yo, nos turnábamos para dormir en casa de la abuela. Ella no quería dejar su casa, y a mi madre y mi tía les preocupaba que durmiese sola, así que Superprimo ocupaba el otoño-invierno y al llegar la primavera, cogía yo el relevo.

Cuando cumplí dieciséis años, la abuela empezó a tener más miedo conmigo que sola. «Se entran na casa e lle fan algo a nena, non mo perdono na vida». Eso fue lo que hizo que accediese a venir a dormir a casa. Compartimos mi habitación durante unos años, los años en que yo empezaba a salir de noche, y siempre me la encontraba haciéndose la dormida en la cama de al lado.

A medida que mis padres ampliaban la hora de regreso, la abuela dormía menos y hacía guardia en la ventana del salón. Cuando el reloj marcaba las tres de la mañana, imagino que la abuela miraba la cama vacía y cuando ya no podía más con la imaginación del mal, salía a la ventana. Se asomaba y se quedaba allí, entrando y saliendo. Esperando mientras desesperaba.

Cuando murió, el relevo lo cogió mi madre. Mi calle, decía ella, era una calle solitaria.«No vengas sola. Si vas a venir sola avísame y te voy a esperar a la esquina». Yo siempre me tomé la advertencia con todas las reservas que una adolescente se toma lo que le dice su madre, y volvía sola pero con el miedo en el cuerpo. Enfilaba la calle rápido y mirando atrás. Con todos los sonidos pegados al tímpano. Los reales y los inventados, todos.

Cuando mi hermano empezó a salir por la noche las preocupaciones existían igual, pero eran otras. No se barajaba que a mi hermano pudiesen violarlo al volver de madrugada a casa.

Han pasado veinte años y ahora salgo a correr de día y evito las zonas poco concurridas. Si me desvío y empieza a oscurecer, si corro por el parque y no hay gente, estoy alerta. Evito las miradas de algunos hombres con comportamiento «sospechoso». Si desde lejos veo a un tío solo, que mira atrás y sigue caminando pero más lento, y vuelve a mirar atrás, yo miro atrás también. Veo que no hay nadie más alrededor y que tampoco pasan coches, desbloqueo el teléfono y a veces cambio de acera.

Si vuelvo a casa de madrugada cojo un taxi. No cruzo la ciudad sola a las seis de la mañana. LLego al portal y miro a los dos lados, cuando meto la llave en la cerradura vuelvo a mirar y empujo la puerta hasta que se cierra, con el teléfono desbloqueado. Mi amiga Lu me envía un mensaje: » Ya estoy en casa, ¿y tú?».

Si tengo que caminar un rato sola, porque en mi calle no entra el taxi y me he puesto escote, una falda corta o un vestido bonito, me juzgo como lo haría el que pueda mirarme con esos ojos, me preocupo de que pueda incitar a algo,  y me tapo todo lo que puedo y camino más rápido. Si un tío viene de frente, yo miro al suelo por si las moscas. Si me encuentro con  una pareja de tíos pasados de copas, aligero el paso cuando les veo mirarme y cambiarse de acera para decirme cosas como: «Morena, ¿dónde vas tan sola?», » Te acompañamos un rato, ¿por qué estás tan seria?» . Y yo levanto la vista, porque si no a veces es peor, y si me parecen «normales», un par de graciosos de pedo, no me olvido de que estoy sola, y a ellos no los conozco de nada y son dos. Les sonrío y les digo nerviosa la primera cosa graciosa que se me ocurre, y entro en uno de esos bares que hacen bocadillos de madrugada. Todos son actos automáticos, involuntarios como un pestañeo.

Cada vez que una chica desaparece, cada vez que estamos ante el caso de un posible acto violento hacia una mujer, los comentarios se tornan hasta casi hacer culpable a la víctima. Pasó este febrero cuando dos chicas argentinas viajaban por Ecuador y aparecieron muertas. «¿Cómo viajaban solas?», se preguntaban algunos. No bastaba que fueran dos, dos mujeres. No bastaba tampoco para la subsecretaria de Turismo de Ecuador, que afirmó que: « A estas chicas seguro que les iba a pasar eso en cualquier lado porque de ahí se iban a ir haciendo dedo hasta Argentina (…) les iba a pasar algo tarde o temprano”.  Quizás a ella también la había esperado en una ventana y luego ella esperó también a sus hijas, y sus hijas a las suyas.

Con la última desaparición de una adolescente, en los artículos que se escriben en los medios, algunos se preguntan qué hacía una chica prudente, a las dos de la mañana caminando sola. Qué hacía vestida así a esas horas, con unos pantalones tan cortos, que muy prudente no sería.

Si yo tuviese una hija, yo tampoco dormiría bien si sé que puede volver sola de madrugada. Seguro que le diría que no lo hiciese, que me llamase. Seguro que tendría más miedo cuando se va sola o con una amiga de viaje, que cuando lo hiciese mi hijo. Seguro que lo haría porque nada ha cambiado desde hace veinte años ni tampoco lo hará dentro de veinte más. Porque la violencia a la que estará sometida por ser mujer, sí por ser mujer, por desgracia no creo que deje de estar ahí.

El miedo de mi madre, el de mi abuela y mi tía, el mío, la prudencia, los ojos del que mira, la cuerdas vocales de quien se permite decirte esto o aquello, las víctimas culpabilizadas, la violencia hacia la mujer perfectamente asumida. Todo está ahí. Pero nada de eso es normal, no lo es.

14 comentarios en “Lo normal

  1. Es muy triste que tengamos que vivir con esa carga. Nos inducen el miedo desde pequeñas…pero es que acaba siendo cierto!
    Yo creo en eso de «…el arbolito, desde chiquitito…» y trato de poner el 100 por 100 en la educación de mi hijo para que ninguna mujer pueda tener miedo de él.
    Bienvenida…bienregresada seas!

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    • Yo también creo en eso a pies juntillas! Nos convencen que es el instinto masculino y no es verdad, al menos yo no lo creo! Es la educación, así que ese chico tuyo tiene mucha suerte de su mamá! Biquiños mil

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  2. Que alegría tenerte de nuevo.
    Es así de crudo, es una sin razón contra la mujer, por eso mismo, por ser mujer nos violan, nos mutilan, nos venden, nos compran, nos cambian, nos matan nos abandonan, hay lugares que para la familia ser mujer es una desgracia y una carga. Mujer educa a tus hijos y vencerás

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  3. Antes que nada bienvenida, ya se extrañaban tus historias.

    Hace unos meses en México hubo mucha indignación por la siguiente situación: http://www.eluniversal.com.mx/articulo/nacion/seguridad/2016/03/9/periodista-denuncia-agresion-en-la-condesa
    Fue en el día de la mujer, a mí me dio mucho coraje y tristeza a la vez porque efectivamente como comentas así fue hace 20 años y así será dentro de otros 20 más, nuestro delito es haber nacido mujer?

    En fin, saludos desde el otro lado del charco!

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  4. Me alegra , y mucho, tu vuelta…

    Al leerte he recordado como hace unos años fui a una cena con amigos a Alicante (ciudad) y sobre las 2:30 yo me volví andando a casa de la amiga donde yo me quedaba a dormir.
    Volví andando y solo pensaba en como aquellas calles, el centro comercial de la ciudad, pueden cambiar tanto entre el dia y la noche… me crucé con casi nadie , pero no le di mas importancia.
    Al dia siguiente mis amigos se echaban las manos a la cabeza… «Cómo se me habia ocurrido? Porque no avisé? La proxima coge un taxi…» Yo solo les dije: «será que soy de pueblo».
    Vivo en un pueblo pequeño, nos hemos criado en la calle, y desde adolescente la «vuelta a casa» la hacia sola… a la hora marcada te despedias de los amigos y a casa…
    La cuestion es que consiguieron que ahora, cuando salgo, si dude de volver o no en taxi.

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  5. Gracias por volver a la terraza, a mi manera la hice mia y se te echaba mucho de menos.

    No conozco mujer que no haya sentido miedo, miedo al volver a su lugar seguro, es algo que no se comenta a no ser que nos pase algo ‘mas especial’ , algo que vivimos dia a dia, algo que por desgracia nos hace no ser tan libres, es una pena.
    Educación, educación en la igualdad, no hacer que nuestras hijas tengan miedo, no hacer que nuestros hijos lo provoquen, simplemente dejarles ser libres.
    Un beso y bienvenida, voy preparando un gin!

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  6. La publicidad, los medios de comunicación, las tradiciones y hasta el arte nos inducen a creer una imagen de la mujer que favorece el abuso y hasta la violencia sobre ella. Y sí, como dices, se ejerce por ser mujer. Adoro dos autores nada amables que tocan este tema sin paños calientes: James Ellroy y Joyce Carol Oates. Cada uno a su manera retratan el mundo, la dura relación de poder que padecen las mujeres, pero que no nos engañemos, construimos entre todos.
    Es injusto sufrir violencia por ser mujer. O por ser más débil. O por lo que sea. Pero eso no quiere decir que no seamos prudentes. Creo que es injusto. Es una mierda. Dan ganas de llorar de rabia, pero así están las cosas y debemos de ser conscientes de ello.
    Cuánta impotencia y cuánta vergüenza. Cuánto horror.
    Un abrazo.

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