Anatomía de mis afectos

 

 

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De izquierda a derecha: Pepi, Salomé y mi madre.

Algunas personas están en mi vida sin que pueda poner una fecha al encuentro. De otras recuerdo el año y el lugar. De algunas conozco su fecha de cumpleaños, su color preferido. A otras jamás las he visto pelar manzanas, elegir sus galletas favoritas o bajar las persianas en un día de sol para que la penumbra haga juego con lo que no se enseña. Pero nada de eso construye ni sirve para medir mis afectos. Recuerdo el cumpleaños de personas que no me importan demasiado, a las que no veo desde hace años, y a menudo olvido el de otras sin las que no quiero imaginar mi vida.

Mis afectos no necesitan de una frecuencia establecida para construirse. Tampoco para desaparecer. Se nutren de la manera en la que el otro me mira, de mi manera de mirar al otro. De un componente microscópico y multifunción que igual contruye catedrales que las derrumba. Una suma de seguridad, cuidados y libertad sin la que ya me resulta impensable cualquier afecto.

Crecí rodeada de brazos dispuestos a amortiguar las caídas, pero que jamás me evitaron caer. Creyeron que era importante que aprendiese pronto que los errores debían ser solo míos y que no penalizaban: los mismos brazos que no amarraban, me ayudarían a ponerme de pie siempre que lo necesitase.

Dos de esos brazos han dejado de existir hace unos meses. Se han ido para siempre, pero mis afectos no entienden de frecuencias ni códigos postales. Los brazos pertenecían a una mujer. Tenían un nombre muy largo, pero para mí siempre serán los brazos de Pepi.

Subida al mostrador de su tienda de telas aprendí a hacer lazada y dos nudos a los cordones de mis zapatos. Leíamos el periódico a medias antes de que yo aprendiese a leer. Me deslizaba por aquel mostrador larguísimo de madera hasta frenar a su lado y ella decía mi nombre muy seria.

Dios egipcio del sol con dos letras: Ra. 

Me enseñó a leer la hora en un reloj dibujado sobre un cartón, con dos puntas que ella movía como si tuviese todo el tiempo en sus manos. De ella heredé la costumbre de dedicar los libros que regalo y anotar el mes y el año en la primera página. Suyo es el primer libro que recuerdo y suyo también es el libro que he regalado a mis ahijados antes de que aprendiesen a leer.

Me escribía cartas siempre que ella consideraba que era un momento importante. Los subrayó para mí.  Siempre para mí, también me enseñó eso. Todas las cartas se han mudado conmigo en una cajita de zapatos que hoy, mientras escribo, revuelvo buscando palabras para recordarla. Su nombre siempre en el remitente, con la letra amplia. Lugar y fecha siempre arriba a la derecha. «Querida niña» o » Querida Pilar». Biquiños siempre al final. Los colores de la estación que veía desde su ventana, las cigüeñas, sus nidos.  La palabra Dios aparece escrita muchas veces, pero en ella jamás me molestó. No sonaba sectario, ni rancio, era solo fe. 

«Los camelios están pletóricos de camelias. Es una flor bonita pero flojea en la rama. Casi no se pueden hacer floreros. Tengo a mi lado un librito que me regalaron GRACIAS A DIOS POR MIS AMIGOS este es el título, te lo dejaré. Es un minilibro que se lee prontísimo. Hay que quedarse con las máximas definiciones.»

Eso me escribe el 24 de febrero del 2000. No recuerdo si entonces me hizo gracia, hoy sí. Aprender, aprovechar, tiempo, amistad, esfuerzo o disfrutar son palabras que se repiten en todas sus cartas. Poco a poco me las fue inoculando, como si tuviese un plan perfectamente establecido para convertirme en lo que ella quería que fuese. Yo, que siempre me he creído libre de doctrinas, con una personalidad forjada a base de ir retirando todo eso que alguien había elegido para mí, empeñada en ser otra cosa,  solo soy lo que ella quiso que fuese.

» Cuánto avance y qué revolución lo de internet, Pilarín. (…) Cambiando de tercio, tenemos un día muy gris, ya llegaron las dos cigüeñas al nido. A mi lado tengo un canario que trajeron mis hermanos de Málaga el año pasado. Nena, no te de la risa. Yo no te puedo hablar de discotecas, luego le saco felicidad al día a día aprovechando la naturaleza y la VIDA que tengo, un libro, el escribirte que me gusta, ver «algo» la tele no mucho. «

Me saludaba siempre llamándome Pilarín. Si preguntaba a mi madre por nosotros, decía los niños. Después de un rato juntas me llamaba Pilar. Luego se relajaba y me decía nena, como llamaba a sus amigas. Y a mí me gustaba. Me gustaba cómo me miraba, lo que veía en mí. Me gustaba cómo me acariciaba las manos y cómo me hacía prometer que nunca me metería en política. Me enseñó la importancia de reservar una parcela privada en la que estar sola para no estarlo jamás. Me enseñó que una mujer no es soltera ni casada, que los hijos son solo un deseo, no un derecho. Creía en el amor para toda la vida y estoy segura de que lo encontró. Nos quería. A mí , a mi hermano, a Raquel, a Maria José, a Marta, a Luis, a Belén, a todos los que fuimos creciendo mientras nos deslizábamos por el mostrador de madera de su tienda de telas.

Fui a verla después de Navidad. Me recibió con los labios pintados de rojo y los pendientes que solo se quitaba para dormir. Charlamos del trabajo, del amor, del último libro que estaba leyendo. Me contó las mismas historias de siempre y por primera vez la vi mayor. Yo le hablaba y ella me agarraba la mano fuerte, me mitaba con el orgullo de quien cree haber hecho un buen trabajo. Nunca me atreví a enseñarle lo que no le hubiese gustado tanto. No hacía falta. A mí no me hacía falta. Le dije una vez más que la quería. Me tomo muy en serio decir te quiero. Intento cuidar las palabras, darles valor.  Por eso trato de decirlo alto y claro.  Hay que quedarse con las máximas definiciones.

Mi madre me llamó a la oficina. No tengo buenas noticias. Tranquila, Pilar. Tu hermano lloraba igual que cuando era niño, dijo. Mi hermano me escribió un mensaje: «Con ella se ha ido parte de nuestra infancia.» Me pareció que tenía razón. Construyó recuerdos para nosotros, parte de lo mejor que somos se lo debemos a ella. Tenía todo el derecho a llevarse lo que quisiera.

Pepi murió una mañana temprano. Todavía estaba en camisón. Se había puesto los pendientes. Jamás salía de casa sin los pendientes puestos.

 

 

La importancia de sumar letras

 

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 » Ser libre é ser máis»

 ‘Cedeira’, de Guadi Galego.

En mi familia, largas son las sobremesas en las que los ánimos se van calentando hasta disolverse de modo casi siempre poco amigable. El aborto, la libertad sexual, las políticas sociales, el nacionalismo patrio, sea este el que sea, han terminado a menudo con una frase memorable de mi madre: » Si no fuésemos madre e hija, no seríamos amigas.»

Las dos sabemos que es mentira, que la amistad no se mide por el número de opiniones que tienes en común con el otro. La amistad, como cualquier otra relación que construye una sociedad más justa y libre, se sostiene en el respeto. Es el respeto el que asegura que la confianza en el otro se mantenga sólida. No hay confianza sin respeto. O quizás sea al revés y en base a esa confianza familiar, la frase memorable de mi madre no lleve aparejada ninguna falta. Ese dar donde más duele que se permiten los progenitores sabiendo que el vínculo les exime de cualquier daño. Una crueldad que no les pasará nunca factura. La misma crueldad que yo me permito como hija cuando mientras me levanto de la mesa le espeto: «Totalmente de acuerdo. Cuando tienes razón, hay que dártela. » Sigue leyendo

Lo que ves no existe

 

El mago escribe algo en un papel. Lo dobla en tres o cuatro partes, y se lo entrega. Dime el primer nombre que se te pase por la cabeza. Ella se queda callada unos segundos. Dice Bruna. Él ladea la cabeza. Dice que es un nombre poco común. Ella dice que sí,  que es poco común. Es uno de los primeros nombres que recuerda, el reflejo de un vínculo roto demasiado pronto. Él hace ese gesto que la autoriza a leer el papel. Ella obedece. Repite no me lo puedo creer y enseña la palabra Bruna escrita en tinta azul. El mago se lleva un dedo a la sien, mira a la cámara: «Recuerden: todo lo que han visto es producto de su imaginación».

Aún no habíamos sentido el vértigo del cambio de milenio, no nos habíamos enamorado. Todavía buscábamos futuros en los horóscopos y creíamos que la casualidad siempre tenía un porqué. Teníamos edad para tener los mismos amigos de siempre, ni uno más, cuando el mago, aquel tipo de  nombre extranjero pero de aquí, vestido con un impecable traje oscuro, nos coló el primer truco. Sigue leyendo

Otra lista fútil

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La fotografía es de Michal Pudelka

 

ME GUSTA

La luz indirecta. Las segundas, terceras, las quintas veces. La puerta de llegadas de los aeropuertos. Volver a casa cuando empieza a oscurecer. El otoño. Perderme en una ciudad que no conozco. Las lámparas. Las alfombras. El hummus de garbanzo con semillas de sésamo. La patatas fritas de bolsa. El ruido que hacen los pepinillos en vinagre al morderlos. Las bases tapizadas bajo los colchones. Despertarme en mi casa un sábado cualquiera. Las caricias con las yemas de los dedos. Los besos que te atrapan el labio superior. La militancia civil. La solidaridad. La persona en la que se ha convertido mi hermano y cómo mira a mi padre. Ordesa. Cadaqués. San Vicente do Mar. As Ermidas. La gente que entiende que lo justo, a veces no lo es para uno mismo. Aburrirme. Las críticas de teatro de Marcos Ordóñez. El olor a gasolina. Julian Barnes. Llucia Ramis. Cristina Sánchez-Andrade. Los lápices de labios de color rojo. La palabra follar. Ese momento justo antes. El intercambio de sonrisas entre desconocidos. Los chicos de Carolina Durante. Rosalía. El canto A la vida de María Arnal i Marcel Bagés, a partir del minuto dos.  Los pueblos que tienen un único bar. Comer con las manos. Beber directamente de la botella. Conducir sola escuchando música. Las personas que saben que su libertad termina donde empieza la tuya. Los abrazos que te ponen una mano en la cintura y con la otra te agarran la cabeza. Las diferencias.

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Techos de cristal

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Una enfermedad periodontal, es una infección causada por bacterias que afectan tanto a las estructuras que rodean, protegen y sujetan al diente en la boca, como a las encías y tejidos. Es una enfermedad progresiva que se inicia como una inflamación del borde de la encía, y que puede avanzar hasta llegar a producir la pérdida del ligamento y del hueso que rodea al diente. Si no es tratada a tiempo, los dientes se van soltando progresivamente hasta perderse, aún cuando se vean aparentemente sanos.

A Julia le faltan dos dientes. No dos cualquiera, dos fáciles de identificar: un colmillo y el primer premolar superior izquierdo. Un hueco junto al otro, deja a simple vista dos dientes invisibles. Jamás los nombra. Nunca hace referencia a ellos. No están. Punto.

En un acto casi revolucionario se pinta la boca de un rojo muy vivo, como si estuviese comprometida con que todo el mundo notase la ausencia. Julia trabaja por horas en mi edificio. Plancha, prepara la comida y quita el polvo a los muebles de maderas nobles; caros como sus dos dientes. Sigue leyendo

Otros veranos

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La piscina (1959, Jacques Deray)

Al principio no había agua salada. Había piedras mojadas en agua dulce y aquella especie de musgo que hacía resbalar las cangrejeras. Árboles enormes que daban sombra a mesas perennes, donde se servía la comida fría en recipientes de plástico reutilizable. Bebíamos de neveras portátiles, grandes y de color azul. Los mapas de carreteras se plegaban en la guantera de los SEAT y las cabinas de teléfonos informaban del tiempo y el tráfico.
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Ropa tendida

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Hay una cuerda. En la cuerda ropa ordenada. Primero la ropa menuda: tres parejas de calcetines, braga, braga, braga, trapo de cocina, calzoncillo, calzoncillo, toalla de lavabo. Una toalla pequeña de un blanco que ya es perla, separa la piezas de otras más grandes: pantalón de pijama, camiseta Bacardi, sábana bajera, funda de almohada y nórdico. Un mosaico de blancos que lo fueron. Sigue leyendo

La abuela y Hemingway

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En 1961, después de salir de aquel psiquiátrico, Hemingway hizo las maletas y se retiró a su casa de Ketchum, en Idaho. Leí a  Vila-Matas decir, que aquella era una casa para matarse. Inmediatamente la googleé con cuidado, temiendo las consecuencias que podía provocarme mirar aquel edificio. Hemingway se levantó un domingo, demasiado temprano para no ir a alguna parte, se puso la túnica del emperador, cogió una de las escopetas que guardaba bajo llave, la posó sobre la frente y se pegó un tiro. En Google también apareció su casa en Key West, Florida. No hay color. Hay lugares a los que uno vuelve para morir, y si no se muere se mata. Sigue leyendo

Ajedrecistas de oficina

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La mujer de la foto es Anna Muzychuk,  la actual campeona mundial de ajedrez. Hace unos días ha renunciado a participar en el campeonato  mundial que se celebra en Arabia Saudí, por una cuestión de principios. Se niega a ser considerada una persona de segunda debido al trato que las mujeres reciben en este país. No participarán ni ella, ni su hermana Marlya. Perderá dinero y es probable que también el título.

A mí la épica y la utopía, me parecen imprescindibles para vivir. Asumo la condena, no se preocupen, conozco los riesgos.  Soy simpatizante del Atlético de Madrid, fan hasta las trancas del Cholo y el Mono Burgos. Siempre creo que voy a ganar en el último minuto.  El gesto de Anna  y su hermana me emociona, lo aplaudo y es necesario para cambiar las cosas. Es necesario que haya más mujeres y hombres que antepongan sus principios a sus intereses económicos, educando juntos a sus hijos así. Hombres y mujeres despiertos, conscientes e implicados en la lucha por la igualdad. Sigue leyendo

La importancia de los espejos rotos

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En Cabo Polonio, en la costa uruguaya, hay un faro que ayuda a los caminantes a orientarse cuando se hace de noche. Cada doce segundos, la luz te permite intuir el camino y avanzar no más de diez o quince metros. Luego el faro deja de alumbrar y  tienes que elegir avanzar a tientas o quedarte quieto esperando.

La ausencia de luz hace que sea fácil perderse, pero lo mejor de tener que escucharlo todo, es que siempre puedes escuchar el sonido del mar. Aún perdido puedes dejarte guiar por su ruido y llegar a la playa en una de esas noches de mar de ardora. Las noctilucas llenan el agua salada de luz cuando llega la noche, y convierten las playas comunes en lugares distintos. Sigue leyendo

Hombres disidentes

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La sala es pequeña, así que he llegado pronto. Me he sentado en la quinta fila. Es un antigua costumbre de los años de facultad: ni demasiado cerca para sentirme observada, ni demasiado lejos para arriesgarme a que la miopía me impida perder detalle. Pasar desapercibida, algo que llevo toda la vida haciendo y aún no tengo claro si hago porque soy así o porque así es como me han enseñado a ser. Sigue leyendo

Frida y yo

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Fotograma de Verano 1993

Hay un momento en el duelo de un adulto, en el que uno tiene que permitirse dejar de sufrir. Parece lógico tratar de desprenderse del dolor, sea el que sea,  pero no siempre la mente escoge ser práctica. En ese momento, dejar de sufrir es sinónimo de olvidar, permitir que se desdibujen los recuerdos y asumir la pérdida como definitiva. El dolor es lo único que parece recordar el amor que hubo, el que aún hay,  y desenredar ese nudo es hacer de la nueva vida casi una traición. Sigue leyendo

Lo que queda

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Ilustración de Paula Bonet

 

 

Mi tío camina con piernas ágiles y gesto serio. Erguido, con ese porte de Don Quijote que conserva, igual de frágil que ahora pero con más pudor. Corta maleza y hace montoncitos y nosotros los aplastamos saltando con fuerza. No se escuchan lobos, tampoco corzos, pero todos sabemos que están ahí. Igual que los miedos. Sigue leyendo

Un domingo raro

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Escribo esto profundamente triste, saltándome una promesa que me hice: «No volveré a escribir sin antes metabolizar lo que siento». Así que hoy me fallo a mí misma, otra vez, para escribir de algo me duele. No siento rabia, solo pena.

Quizá estés en casa, con la radio y la tele encendidas, sin creerte que este país tenga algo que ver contigo. Quizá te sientas tan solo como me siento yo hoy. Me he despertado esta mañana temprano, nerviosa porque la radio anunciaba las primeras cargas policiales en Cataluña. He encendido la tele y me he echado a llorar. Un amigo me ha enviado un mensaje: «Pilar, hazte un favor y no pongas la tele». Da un miedo bonito cuánto llega a conocerte alguna gente. Sigue leyendo

Lista de cosas fútiles

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ME GUSTA

Los trenes. Las playas desiertas. El calor en verano. Los vestidos que dejan la espalda al aire.  El frío del invierno. La lana. Caminar. Salir a correr en una ciudad que no es la mía. La insurrección ciudadana. Los cojines. Las casas de techos altos. Los colchones a no más de cuarenta centímetros del suelo. Los balcones de madera. Las terrazas con toldo. Los pueblos pequeños. Las plantas de interior. Las flores frescas. Cocinar. El chocolate blanco. Las tormentas. Los vestidos negros. Los abrazos por la espalda. Los besos en la nuca. Las camas deshechas. Las siestas después de desayunar. Los hombres con barba en coches sucios y destartalados. Doña Emilia Pardo Bazán y su santísimo par de cojones. Natalia Ginzburg. Delphine de Vigan. Raymond Carver. Los periodistas: Juan Tallón, Manuel Jabois, Rafa Cabeleira y Manuel de Lorenzo. Enric González. Las columnas de Leila Guerriero y las de Milena Busquets. Enamorarme solo de hombres a los que me gusta escuchar. Las sábanas blancas. Mi padre cuando descuelga el teléfono y me dice: «¡Ay! Hoooola amoooor!». La casa de mi abuela.  Mi madre diciendo: «Es muy friki». Los Fernández. Las sobremesas. La cerveza muy fría en cristal. Los mejillones al vapor. El laurel. El olor a berenjenas y pimientos asados con un chorrito de aceite y sal.  El monte en otoño. Los ataques de risa con mis amigas. La verdad de quien me quiere. Mi ahijado Mario, que adora las historias de Roma y Egipto. Mi ahijada Carme, que todavía está en edad de buscar qué le gusta y después odiarlo, como lo estamos todos. La palabra «fútil». Los chicos de Huntza. Los domingos en mi casa mientras suena Carrusel Deportivo y fuera se hace de noche. Mirarme  las uñas recién pintadas. La ropa interior negra. Edimburgo. Roma. Vejer de la Frontera. Viajar a sitios en los que ya he estado.  El himno del Inter de Milán y agitar servilletas subidos a las sillas. La identidad. Las persianas. La gente que mira a los ojos y dice: «te doy mi palabra». Las personas fuertes que saben cuándo tienen que serlo y cuándo no.

NO ME GUSTA

Los aviones. Los calcetines. La insurrección desde las instituciones. El chándal. Las banderas de España en la ropa o en cualquier accesorio. El Pérez Reverte que se enseña en las redes. Los dioses. Los tibios. Las lánguidas. Las frases motivacionales.  Empezar a comer cuando todavía no ha llegado todo el mundo. Lavar lechuga. Imagine, de John Lennon. Conducir sin música. Follar en silencio. Depilarme las cejas. Cuando alguien dice: «No me interesa la política». Las palabras «delicioso» y «estúpido». La falta de compromiso. Las princesas, por muy intrépidas que sean. Los príncipes, por muy modernos que parezcan. Cortázar. Los hombres que tienen coches caros. El ruido de los platos al caerse unos contra otros en el fregadero. Los textos que no están perfectamente alineados y justificados. Poner el despertador en fin de semana o vacaciones. Las puertas entreabiertas. Las mujeres que atacan a otras mujeres solo por su sexo. Las mujeres que lo defienden todo de otras mujeres solo por su sexo. Los hombres que no son feministas. Las mujeres que no son feministas. El color marrón. Pablo Alborán. La gente que se declara sin vicios. Xabi Alonso. Amelie. Tocar el piano. Planchar. Los tangas. Hablar de algo importante de pie.

 

Echar agua al champú

Carver y Tess

Tess Gallagher y Raymond Carver

Llega apurado. Sé que es él porque ella ha agitado el brazo, y camina hacia su mesa. La besa y se queja del tráfico. El camarero trae una cerveza. Él le cuenta algo de una reunión que ha tenido hoy, ella no aparta la mirada del teléfono. Teclea mientras él le pregunta si ha ido a recoger algo que no consigo escuchar. Ella contesta no, me he olvidado. Él se queja y le recuerda que lo necesita, así que si se va a olvidar también mañana que lo avise e irá él.  Entonces ella deja el teléfono en la mesa y le cuenta que una amiga se muda a otra ciudad. Hablan de la vida de otros. No se oyen truenos. Sigue leyendo

Maneras de escuchar

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El padre de John Berger cortaba una manzana en cuatro partes. No lo hacía de cualquier modo. Primero hacía dos mitades, y de cada una otras dos. Luego quitaba los corazones de semillas que correspondían a cada parte, la piel de cada trozo y la ponía delante de su plato para que comiera. Él,  que solo tenía tres o cuatro años, reconoce en ese gesto de su padre los cuatro años de infantería que pasó en las trincheras del oeste de Francia. Nunca hablaba de aquello, no era un hombre de muchas palabras. Guardaba en una estantería los mapas de aquellos años en el ejército, escribía en ellos de vez en cuando y si John le sorprendía, él se sobresaltaba. Los guardaba rápidamente y mascullaba: » Solo estaba buscando algo». Sigue leyendo

Pequeña Miss Sunshine

Niñas Estocolmo

«No te quedes inmóvil

al borde del camino

no congeles el júbilo

no quieras con desgana

no te salves ahora

ni nunca

no te salves»

Mario Benedetti

El abuelo entra contigo en el colo. Aquí, a los niños no los llevamos en brazos, aquí los cogemos en el colo o les damos un colo. Camina unos pasos y te baja al suelo. Tú aún eres muy cativa y los brazos del abuelo son largos, pero no lo suficiente como para no tener que descolgarse sobre su lado derecho para agarrarte de la mano. Sigue leyendo

Miedo y fe

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Soy cobarde. Lo digo sin pudor, también sin ningún alarde. Lo digo tranquila y convencida de que ser cobarde, igual que ser valiente o gilipollas, es posible solo a ratos.

No sé en qué momento uno empieza a tener miedo. No sé si esto importa demasiado, la verdad. El miedo es como los escalofríos, como pestañear, no conozco a nadie que no haya tenido al menos uno. Ese que no te define, el que no tienes reservas en verbalizar y el otro, el que sí parece decir algo de ti, y que se convierte en algo íntimo. Algo que se queda entre el miedo y tú. Sigue leyendo

Hacerse la rubia

Chimamanda Ngozi

«Enseñamos a los niños a tener miedo al miedo, a la debilidad y a la vulnerabilidad. Les enseñamos a ocultar quienes son realmente, porque tienen que ser, como se dice en Nigeria, hombres duros»-Chimamanda Ngozi Adiche.

Hace unos días, una mujer me contaba que le gusta que un tipo le abra la puerta. Se quedó un poco sorprendida cuando le pregunté por qué:

-Me gusta esa carrerita. Los dos pasos rápidos para ponerse delante de mí y dejarme pasar primero. ¿A ti, no?

-A mí no me molesta, pero no es algo que valore.

-Es un tema de educación.

-¿ Educación con las mujeres, los niños y los ancianos?

Nos reímos. No íbamos a ponernos de acuerdo, pero ese no es el motivo por el que dos entablan una conversación, así que seguimos. Hablábamos de la educación, de la igualdad. Le conté que en mi primer trabajo, un cliente llamó por teléfono enfadadísimo. Intenté calmarlo y pensar una solución rápida, pero no esperó. Páseme con su jefe. Le contesté que mi jefa estaba de baja maternal. Que me pase con su jefe hombre. Le dije que no tenía. ¡Cómo no va a tener usted un jefe hombre! Le mentí, claro. Siempre hay un hombre, y nos hemos acostumbrado tanto a que sea así, que todos damos por supuesto que no hay nada raro en ello. Sigue leyendo

La felicidad de lo inútil

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Paterson, de Jim Jarmusch

Estamos en la playa. Llevo unos vaqueros viejos, una sudadera y varias camisetas de manga larga, una sobre otra. Negro, blanco, gris. El pelo recogido, es un decir, este pelo nunca está recogido, en un moño alto. No sé que año es, solo sé que es junio y la playa se llena de olor a leña y sardinas. Bebemos estrellas mientras se hacen las brasas. Alguien cuenta una anécdota del colegio, cuando empezamos a ser adolescentes pero aún no lo sabíamos. Porque la mayoría de las cosas que un día somos, las somos sin ser conscientes. De repente, alguien pregunta para qué sirve mi idioma. Para qué tanto empeño en que los niños aprendan gallego, si cruzada Piedrafita no sirve para nada. Sigue leyendo

Escoge solo tres

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Me paso el día estableciendo prioridades. Listas de tareas que dejo para el día siguiente en la oficina, quedadas, visitas familiares, viajes. Luego se me van colando cosas que me desbaratan, folios y folios de empeño por poner orden entre lo que tengo y lo que quiero hacer. Sigue leyendo

Momentos

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Todo llega cuando tiene que llegar.

Hace unas semanas, vaciando las últimas cajas de la mudanza, encontré entre las páginas de un libro, un billete de autobús con fecha tres de julio de dos mil nueve.

Sin que el trayecto ni el destino tuviesen nada de especial, recuerdo perfectamente ese viaje. Era un fin de semana más, iba a  casa de mis padres y viajaba sola. Recuerdo que la batería de mi teléfono iba a tope, me llamó una amiga y la batería se agotó mucho antes de llegar al destino. El billete ha aparecido entre las páginas de Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio, de Alice Munro. Recuerdo hasta el motivo por el que compré ese libro. Había visto todas las películas de Isabel Coixet (las películas de esta mujer, igual que los museos, no son para el verano) y me fascinaba Sarah Polley.  En 2007 se estrenó como directora, en Lejos de ella. Sabía que el guión estaba basado en un cuento de Alice Munro, pero en ninguna parte encontré cuál era. Un día, mucho tiempo después, descubrí un libro de Munro con una pegatina en la portada: Incluye la historia que Sarah Polley ha adaptado a la gran pantalla. Aquello debió ser 2009, y yo me subí a aquel autobús con la intención de comenzar a leerlo, pero no lo hice. No lo hice ese día, ni al día siguiente. No lo hice tampoco en 2010. No lo he hecho, hasta hace un par de semanas. Sigue leyendo

Patios de luces

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Durante años, en septiembre, mi madre y yo viajábamos juntas a Madrid.  Nos quedábamos a dormir en casa de la tía Manuela, cerca de la calle Orense. El edificio es una mole gris y sobria de no más de seis alturas, que ocupa toda la manzana. Quizás no sea así, pero así es como lo recuerdo. Es uno de esos edificios antiguos destinados a las familias de militares, con un ascensor de puerta de rejas  y un portero gordecho y sonriente, que subía los tres escalones cargado con nuestras bolsas de viaje. Lo único que recuerdo con detalle de aquella casa, son los ruidos que llegaban del patio de manzana, mientras la tía preparaba la cena. Yo era una mincha,  y aquellos ruidos me maravillaban. Me acercaba a la ventana, retiraba la cortina y me inventaba la vida de aquella gente. Oía freírse el aceite y el ajo, veía los delantales moverse ágiles por las cocinas mientras centelleaban los televisores del salón. Sigue leyendo

Las sillas musicales

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Fotografía de Tony Luciani

«Entonces, aprendimos a enfadarnos tanto con ese juego de las sillas musicales que prometía falsas expectativas como con nosotros mismos, que deberíamos haber visto que todas las verbenas se acaban, que todos los juegos tienen un fin y también una finalidad»–Rayos, Miqui Otero

Pedro era arquitecto hace siete años. Lo dice así, en pasado. Igual que cuando uno dice cuando era joven, para referirse a eso a lo que ya no puedes volver. Cuando todo estalló, él y su pareja vendieron la casa en la que vivían y se trasladaron a un piso de dos habitaciones, lejos del centro, donde los niños duermen en literas y ellos han hecho del salón, habitación y despacho para que Pedro diseñe webs mientras se ocupa de la casa. Su mujer, que también ha tenido que cambiar de trabajo, duerme en casa dos noches entre semana para que los niños sigan yendo al mismo colegio bilingüe que el hijo de ese otro arquitecto que todavía lo es. Agradecen su suerte muchas veces, sin saber muy bien a quién dirigir las gracias. Sigue leyendo

El amor valiente

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Los puentes de Madison

Hace unos meses en la final de la Copa del Mundo de triatlón, uno de los aspirantes al título colapsó a 300 metros de meta. Iba en primer lugar y tenía todas las papeletas para proclamarse campeón si pasaba no sé qué carambola por detrás, pero empezó a tambalearse. La piel de la cara nívea,  desorientado y agarrado a la valla con la mirada lejos. Fue su hermano quien lo hizo llegar a meta, donde lo empujó para que cruzase antes que él. Sigue leyendo

La libertad no se mide en metros de tela

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No te vas a creer lo que he soñado para terminar el año. Pues resulta que una cadena de televisión privada, no en Rusia, ni en Estados Unidos, ni en un país remoto del que no conoces su capital, aquí en España. Un canal daba bombo y platillo a la vestimenta de una presentadora en prime time. La cubría con una capa, y mientras millones de españoles esperaban, atendiendo a la expectación generada en los últimos meses en las redes, su compañero le quitaba la capa para dejar al descubierto la escasa tela y su maravilloso cuerpo cubierto de estrellas minúsculas y transparencias mientras daban la bienvenida no a 1967, ni siquiera a 1987, sino a 2017. Sigue leyendo

Lobos y mujeres de lobo

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A Pepe su novia le ha dejado. No significa nada, antes él dejó a otras que fueron sus novias y tampoco significó nada. Pepe tiene cuarenta y uno. Juana, su ya ex, tiene casicuarenta. Un día se levantó y le dijo que se había acabado. Habían follado la noche anterior y a la hora del desayuno, Juana le dijo que ya no podían seguir así. Se acabó. Pepe se lo cuenta a  Paco y compañía. Qué puta loca. O sea, que follasteis la noche anterior y se levanta y te deja.  No cabrona, no perraca. No, no. Loca, dramática, histérica o exagerada. Depende del jardín y del barro. Sigue leyendo

Pellizcos

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Es justo ahí, donde se necesita para que te apriete la garganta y notes el nudo. No pide permiso, pasa y ya. En la oficina, en el coche o en la cocina de tu casa.

Suele ser cosa de la voz cantada o no, de una imagen trágica o tierna. La vista y el oído son los sentidos con los que uno aprende a emocionarse, luego llega el resto para erizar la piel.

Así que una lo siente ahí cuando escucha a Nuria Espert recitar a Lorca en la entrega del Princesa de Asturias, cuando escucha a Darin hablar del amor.
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La vida sensible

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Algunas de las personas a las que más respeto, no puedo tocarlas. A otras, ni siquiera las conozco. No puedo hacerles preguntas ni mirarlas a los ojos.

En estos días de titulares, de gente reunida vendiendo humo, en los días del desgobierno yo reivindico el valor de lo sensible. El valor de gente que sin vicepresidencias, sin cargos imputados en sus listas, sin miradas al tiro de cámara, hace del cambio social una realidad más que latente. Valientes que miran a los lados para decidir que eso en lo que creen les reportará bienestar emocional además de ser testamento vital para la siguiente generación. Sigue leyendo

Los alfileres de la felicidad

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«¿Así? Qué te parece. Te quito este trozo y te dejo tres centímetros de bajo por si las moscas». Pone un alfiler aquí, otro allí y me gira para que me mire en un espejo grande. El taller está en el salón de su casa y desde la cocina llega el olor a aceite friendo ajo. Quizás esté friendo conejo para luego guisarlo con patatas, zanahoria y champiñones. Todo así muy menudito para que la zanahoria casi no se aprecie. Casiodio la zanahoria. Sigue leyendo

Cumplir las normas

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Uno de los recuerdos que guardo intactos, es la muerte de mi abuelo. Murió diez días antes de que naciese mi hermano. Yo tenía siete años.

Recuerdo llegar a casa después después del entierro, es la única vez que he visto llorar a mi padre. Recuerdo las sillas dispuestas contra la pared, haciendo un círculo en el salón. Recuerdo ser una niña y no encender la tele, no porque alguien dijese que no podía hacerlo sino porque sentía que el silencio era demasiado serio como para romperlo. Recuerdo que esa tarde la abuela me explicó cómo se formaban las estrellas. En la cocina de su casa, mientras me hacía un bocadillo de Nocilla como si fuese un día de fiesta, me explicó lo importante que era para los barcos que el cielo no se apagase.  Me dijo que ahora el abuelo era una estrella, que había tenido que irse rápido para que un barco pudiese llegar a puerto, y que  si lo echaba de menos no tenía más que decírselo y las dos esperaríamos a que se hiciese de noche para ver la primera que iluminase el cielo. No me dijo que ella también sería un día estrella y que yo suspendería Astronomía en la facultad. Sigue leyendo

El rayo verde

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“Cuando somos jóvenes lamentamos no tener una mujer, cuando nos hacemos mayores lamentamos no tener a la mujer”, Cesare Pavese.

 

Hago fotos a las parejas mayores que pasean agarradas de la mano. Los veo frente a mí y soy capaz de imaginarme su vida, y la mía no vivida. Miro sus caras,  la expresión tranquila de quien maneja los silencios con gusto al lado de alguien, el gesto encorvado del tiempo pesando justo ahí, el pelo cano. El paso acompasado de dos que no tienen prisa en quererse, que no temen caminar lento. Sigue leyendo

Lo normal

Equilibrios sobre el miedo

Fotografía de Margarita Gutiérrez Romero.

Superprimo y yo, nos turnábamos para dormir en casa de la abuela. Ella no quería dejar su casa, y a mi madre y mi tía les preocupaba que durmiese sola, así que Superprimo ocupaba el otoño-invierno y al llegar la primavera, cogía yo el relevo.

Cuando cumplí dieciséis años, la abuela empezó a tener más miedo conmigo que sola. «Se entran na casa e lle fan algo a nena, non mo perdono na vida». Eso fue lo que hizo que accediese a venir a dormir a casa. Compartimos mi habitación durante unos años, los años en que yo empezaba a salir de noche, y siempre me la encontraba haciéndose la dormida en la cama de al lado. Sigue leyendo

Lo que ha dejado mayo

Foto de Michael Rougier

Foto de Michael Rougier

¡Aquí está de nuevo la sección intermitente!

Tengo que hacer algo con esta sección. Lo sé. Debería marcarme un día al mes y publicar esas cosas que veo o leo y que quiero obligaros a que veáis, ¡YA! Porque si no las veis quizás os pase algo malo, os sintáis seres incompletos y tremendamente infelices o no podáis respirar. Este blog está hecho también eso, para dar la tabarra sobre las cosas que veo y me apasionan. Sigue leyendo

Al menos, que la risa sea nuestra

Que la risa sea nuestra

Nos reímos. Lo hacemos juntos porque, a diferencia del llanto, la risa parece necesitar de al menos dos. Nos reímos porque es necesario sobrevivir a las portadas de los periódicos, porque hay que aflojar una realidad que, de no hacerlo, ahoga.

Nos reímos y la risa libera endorfinas en el cerebro, con un efecto parecido al de la morfina. Quizás la risa sea ese medicamento natural que el cuerpo segrega cuando lo que duele no es algo físico. Quizás por eso, cada vez que nos hacemos mayores, nos reímos menos pero lo necesitamos más. Sigue leyendo

Campos de tierra

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Esta semana leí en EL MUNDO un artículo sobre cómo Unicef ensaya, en Sudán del Sur, un programa de fútbol que, además de tratar de trasladar los odios y rivalidades del país solo a los terrenos de juego, les permite hacer un censo de niños escolarizados, de manera que se mitigue así el tráfico de menores, común en el país desde que surgió el conflicto armado.

El día de la final del torneo, todo lo poco que tenían los chicos se lo gastaron en peluqueros. Hasta seis saltaron al campo del Centro de Protección de Civiles descalzos, con las sandalias de plástico en la mano para no perderlas  y con las equipaciones hechas trizas, pero peinados como Balotelli. Sigue leyendo

Mi vida sin ti

image1(1)Te he visto acariciar a todo el mundo y saber lo que callar para que todos estuviesen bien.

Te he visto descontenta con tu vida, pero jamás te he visto rendirte.

Te he visto agarrada de la mano de papá mientras las dos callábamos los miedos, por miedo al miedo de la otra. Te he visto mirarle cuando te decía: «Morena, eres el amor de mi vida», y hemos llorado juntas mientras lo recordabas.

También te he visto querer odiarle y no poder. Sigue leyendo

La gente se salva sola.

Foto de Thurston Hopkins en Getty Images

Foto de Thurston Hopkins

En uno de esos días en los no se conformaba con dejar el tabaco y quería cambiar su mundo, le propusiste salir a correr dos veces por semana. Creías que sería bueno que se comprometiese contigo en algo, pensaste que sentirse mejor le haría estar bien. Sabías cómo te miraba, veías en sus ojos esa mirada condescendiente que en él no era más que el velo pudoroso con el que cubría la admiración, así que aceptó por ser tú. Sigue leyendo

Las llamadas perdidas.

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Ilustración de Alfonso Casas

Echo de menos en los teléfonos, algo inteligente de verdad. Un apartado donde se reflejen todas las llamadas que no te hacen y las que te has acostumbrado a no hacer.

Mejor. En vez de un apartado, deberían los gurús de lo telefónico enviar una alerta con cada mensaje de whatsapp recibido. Algo así como: «Tu amigo ha pensado en llamarte por teléfono para pedirte los quinientos euros que le debes desde hace meses pero ha preferido enviarte este mensaje».«Tu ex ha pensado en llamarte para recoger las cosas que todavía tiene en tu casa pero le faltan cojones, cosa que a estas alturas no es ninguna novedad». «Este aviso es irrelevante, porque ya sabes que los mensajes a partir de las tres de la mañana significan todo eso que no dicen». Sigue leyendo

Lo que os importa una teta.

Miroslav Tichy

Fotografía de Miroslav Tichy

Me gusta la ropa. Vestirme es para mí una manera de reflejar mi estado de ánimo. Me divierte, es como un baile de disfraces de mí misma al que lo único que le falta son más armarios, un zapatero más grande o más ocasiones para ponerme eso que me he comprado no sé cuando para un por si acaso.

Me visto en función de cómo me siento. A veces más fuerte, más segura y otras como una niña. Unos días más poderosa con diez centímetros en los tacones, otros en cambio me gustaría ser  invisible y poder hacerlo todo, sin interactuar con ningún otro mortal. Soy todas esas cosas e incluso puedo serlas todas en el mismo día. Sigue leyendo

Los asesinos de mujeres

Karmelo Iribarren

Poema de Karmelo Iribarren

Cruzan pasos de peatones igual que tú, con el muñequito en verde. Trabajan en el bar de la esquina, en la gestoría que lleva los papeles a tu empresa o son miembros del consejo de administración de una multinacional. Celebran los cumpleaños de sus hijos y llenan de sonrisas los álbumes de fotos para azucarar los futuros traumas adolescentes. Compran flores, el periódico y suben pan fresco y cruasanes. Sigue leyendo

Instrucciones para olvidar a un ex.

Lavadora

Ilustración de el libro de Rebecca Beltrán «Pasa página: Cuaderno de actividades para olvidar a tu ex».

Deje que él cierre por fuera. Ahora, vaya hacia la puerta, como en esas películas míticas de los años cincuenta y déjese caer a sus pies como si fuese la mismísima Natalie Wood en Esplendor en la hierba. Hipe, haga aspavientos como si estuviese al borde del colapso. Levántese despacio, empapada en drama, y sin dejar de llorar golpee algún objeto al que no le tenga demasiado aprecio. Si el objeto es de él, mejor. ¡Hágalo! ¡Fuerte! Sigue leyendo

Lo poco que sé de la vida.

Joel Meyerowitz_Provincetown

Provincetown_ Joel Meyerowitz

No sé nada o casi de la vida. No sé donde van a parar las cosas que no dices, ni los planes que no se convierten en nada más. Nunca sé qué decir ante un regalo y no sé por qué tengo miedo a las alturas. No sé ser protagonista en ningún sitio más que aquí. Sigue leyendo

Te volverá a pasar.

Te va a pasar

“Desde entonces procuro defender/ las noches en mi casa,/ los barcos sin bandera,/ los inviernos con sol/ y las dudas que acaban resolviéndose/ en la última página”,  Luis García Montero.

Te volverá a pasar, lo perderás todo. No tendrás fuerza para nada más que para cambiar la cama donde antes querías cambiar el mundo. La vida llamará a la puerta y tú saltarás por la ventana.

Dolerá, y lo hará mucho. No servirán las frases de Paulo Coelho, ni los textos de Jorge Bucay. Aprenderás que el dolor, ese que aparece para no dejarte respirar un martes a las cuatro de la tarde, solo lo cura el tiempo y la terapia. Aceptarás que no todo es tan fácil, que a veces los huesos no aguantan el peso y te dejarás caer. Sigue leyendo

Bendito asesino de la primavera

Formentera

Formentera

 

Eres el niño grande al que espero impaciente. Siempre vestido de corto, con la camiseta blanca rota y la barba cuidada descuidada. Traes los pies descalzos y pisas sin miedo el calor que guardan las baldosas de la terraza al caer la tarde. Llevas la piel de un oscuro alegre  y me regalas una para mí. Sigue leyendo

A qué hemos venido.

Je suis Charlie Hebdo

Je suis Charlie Hebdo

«No hay pueblo que no se haya creído el pueblo elegido.»- Milonga del moro judío, Jorge Drexler.

A veces veo cosas que me asustan y cuando me asusto creo que sería mejor callar, no molestar. Ser dócil. ¿Por qué decir eso que te molesta si sé que te molesta?. Solo cuando dejo de tener miedo pienso si la vida será eso. Vivir con miedo a que lo que yo haga, a ti te duela. Sigue leyendo

A veces.

Dos paseo bajo la lluvia

A veces, antes de coger un avión, pienso en que quizás nos encontremos de paso en un aeropuerto.Tú con ese abrigo larguísimo,que tapa en invierno las corbatas de lana más bonitas que he visto nunca, y yo con los labios rojos nuevos que todavía no te he enseñado.

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Mis padres.

Papa y Mamá

Soy tu reflejo  en el  espejo de la habitación del fondo, en casa de la abuela. Tengo tu nariz y su boca. Soy sus piernas y tus huecos en las caderas.

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Versiones

 

«Tenemos varios yoes dentro y lo que somos depende, más de lo que parece, del compañero de viaje que nos hemos buscado; nos amoldamos a sus costumbres sin darnos cuenta de que dejamos atrás versiones de uno mismo que quizás otra pareja habría sabido despertar. Supongo que las relaciones que funcionan son las que consiguen sacarnos el mejor yo, o en todo caso, el que hace que nos sintamos más plenos.»

 

      El cielo según Google, Marta Carnicero.

Y la canción que suena en casa

Transformers

 

« Cuando eres joven -cuando yo era joven- quieres que tus emociones sean como las que se contaban en los libros. Quieres que te trastoquen la vida, que creen y definan una realidad nueva. Más tarde, creo, quieres de ellas algo más tenue, más práctico: quieres que sostengan tu vida tal como es y ha llegado a ser. Quieres que te digan que las cosas están bien. ¿Y qué hay de malo en eso? »

 

El sentido de un final, Julian Barnes.

 

La canción que suena en casa.

Lo imposible

«Era imposible olvidar a Marcel. Pero aprendí a convertirlo en nostalgia y no en amenaza. Son decisiones más o menos inconscientes; adónde relegas los amores imposibles. Cuando entiendes que seguirán siempre ahí- que por más personas que conozcas y por bellas que sean, y por muy bien que os llevéis, no volverás a sentir que el universo se creó para que Marcel y tú os conocierais-, adoptas esa herida como quien acepta que tiene un soplo en el corazón. Por lo general, no dará problemas, pero ahí está, y mejor si te cuidas.»

 

‘Las posesiones’, LLucia Ramis

 

La canción que suena en casa.